¿Llegó la
oportunidad de lo regional y de lo local en un país fuertemente centralizado?
La
característica extremadamente centralista de Chile es tan antigua que es
anterior a nuestra independencia, toda vez que proviene de las reformas de los
reyes borbones. No hay duda que le concedió la imprescindible estabilidad al
país para evitar las divisiones que caracterizaron el siglo XlX de muchas
nuevas naciones americanas.
Sin embargo,
hoy se ha hecho obsoleta y un obstáculo para el progreso del país. De hecho,
las demandas regionales que han surgido en los últimos años, unidas a
ciudadanos exigentes de sus derechos, conforman un escenario diferente, toda
vez que se da en buenas condiciones económicas, y por lo tanto, los elementos
básicos para un cambio de esta magnitud: un país que demanda un sistema más
justo e igualitario, pero en ningún caso, su destrucción.
El hecho de
fondo es que Chile ha tenido una gran variedad de cambios económicos y
políticos, pero en su más que bicentenaria historia no ha existido modificación
de su carácter centralista.
La novedad
es que quizás por rara vez, se están dando las condiciones para una
transformación de carácter histórico, y para que los movimientos políticos lo
integren en forma seria en sus programas, incluyendo los presidenciales, ya que
hasta el momento los cambios han sido menores y las declaraciones, simplemente
de buena crianza, sin que nada se haya modificado en lo fundamental, toda vez
que el mundo ha cambiado, pero el Estado chileno no lo ha hecho.
II
No existe
ambiente, apoyo ni tradición para un Estado federal que sería un implante
artificial en una historia unitaria. Distinto es el caso de un Estado
REGIONALIZADO, que vendría a ser una nueva etapa histórica para Chile, la
cuarta, después del Estado como constructor de la nación (siglo XlX), el Estado
Productor (1925-1975) , y del Estado Liberal ( que esencialmente dura hasta
hoy), con los crecientes añadidos regulatorios que ha traído consigo la
democracia.
Un Estado
regionalizado y con predominancia a su interior de lo local a través de las municipalidades,
debe proponerse responder a través de un nuevo Pacto Nacional a la pregunta de
lo que constituye un Estado eficiente, y de cómo desarrolla el país un ámbito
público respetado y el sentido de comunidad.
En otras palabras, las bases de esta nueva organización que modifica la
vieja expresión que “Santiago es Chile”
no es solo territorial, sino que se basa en conceptos como el bien común, la
ética, la igualdad de oportunidades y la cohesión social, en el marco de una
nueva relación entre lo local y el gobierno central.
Es decir,
una institucionalidad al servicio de una ciudadanía demandante, pero a la vez
optimista del futuro y que en general tiende a la moderación y no a la
explosión social. Personas que se identifican con el entorno y a las cuales se
les debiera responder con algo que el país no ha conocido: un verdadero ciclo
descentralizador, en el cual las
regiones y los municipios pasan a ser el socio natural de quienes viven en un
lugar determinado, para así contribuir también a confrontar el déficit de
participación que tiene nuestro sistema democrático.
Por cierto
que la reforma legal y constitucional
que posibilite esta nueva institucionalidad no va a ser fácil, ya que existen
múltiples actores con una gran diversidad de intereses, además que no concita
todavía el compromiso real de las fuerzas políticas mayoritarias, por lo que
más que una acción espectacular, esta reforma va a ser un proceso más que un
solo acto.
En el fondo,
la reforma de lo regional y de lo municipal está relacionada con la necesidad
del país de avanzar hacia reformas que llamo “de segunda generación”, toda vez
que la primera tenía como objetivo consolidar el retorno a la democracia y el
funcionamiento de las instituciones. Dio frutos en su momento histórico,
pero hoy es totalmente insuficiente,
toda vez que las necesidades políticas
del Chile del siglo XXI, se relacionan con el respeto a su diversidad,
incluyendo la local y regional, la transparencia y la rendición de cuentas.
En otras
palabras, una superada transición debe dar paso a la Calidad de la Democracia,
en la que no basta que las instituciones funcionen, sino que se exige que lo
hagan bien y que el país se sienta orgulloso de ellas, lo que
desafortunadamente no ocurre con instituciones claves de la democracia.
Es este
cambio lo que le proporciona su base a un Pacto que reemplace al anterior
posplebiscito del 88, a través del cual Chile se propone hoy reformar su
organización regional para concederle presencia y poder a las regiones y
transformar a los municipios en verdaderos gobiernos locales. En otras
palabras, deja de mirar al pasado para hacerlo al futuro, con una visión
estratégica de la que el Estado carece, toda vez que muchos de nuestros
arreglos y acuerdos siguen siendo una respuesta a la crisis que el país tuvo en
1973 y al autoritarismo posterior, pero no dan cuenta de los cambios que ha
tenido Chile y los chilenos desde el retorno a la democracia, lo que se expresa
en la mala opinión que existe de instituciones tan fundamentales como los
partidos políticos y el Congreso.
Centrada en
lo regional y en lo municipal, la reforma debe permitir la iniciativa popular
en materia de ley y facilitar los plebiscitos locales y regionales.
Más aún, deben limitarse las reelecciones y posibilitar el “Recall” o
revocación del mandato, al menos a esos niveles, a quienes no han cumplido sus
promesas o han hecho una mala gestión, lo que a través de un número
significativo de firmas se puede intentar por una vez a la mitad del mandato de
los representantes municipales y regionales.
Mirado desde
otro punto de vista, la reforma profunda
de la estructura estatal aplicada a regiones y municipios, tiene como marco de
preocupación una mejor democracia para Chile, el respeto a la dignidad y
derechos de los ciudadanos, y también la modernización y prestigio de la acción
pública. La gran diferencia es que no parte ni termina en el centro, sino que
lo hace a nivel local. En esta institucionalidad, el Estado se siente lo
suficientemente seguro como para concederle poder a los habitantes y deja de
verlos como entes pasivos convocados y limitados a un sufragio cada cierto
número de años.
Es esto lo
que nos orienta hacia una democracia de mayor calidad y a nueva generación de
reformas políticas, donde la gran modificación en relación a procesos anteriores, es que por primera vez
la importancia se desplaza a lo local, sea municipal o regional.
Como esta
reforma no es una de carácter federal, el Estado chileno debe seguir siendo
unitario y se mantiene la figura del Intendente como expresión de aquello. No
es lo más relevante que siga siendo designado por la Presidencia, ya que la
clave de este cambio histórico, se manifiesta en el término de un centralismo
agobiante y excesivo, que a diferencia del pasado, en el siglo XXl se ha
transformado en ineficiente e inequitativo.
III
No es
necesaria ni recomendable una Asamblea Constituyente para un nuevo marco legal y constitucional para la
regionalización y municipalización de Chile, como respuesta a los cambios culturales que ha tenido nuestro
país.
Por lo
tanto, se necesita una política de Estado, es decir, un proceso continuo,
independientemente del ciclo electoral, y cuyo punto de partida y de llegada
tienen un carácter estratégico. El hecho de ser concebido como un proceso
permite los ajustes adecuados, pero lo que no se altera es el camino y el
acuerdo en torno a la meta final.
Existe una
variada diversidad de tipos de Estado, sean unitarios o federales, que incluyen matices intermedios como las
autonomías españolas.
Nuestra idea
no modifica el carácter unitario de Chile, ya que eso implicaría ir contra la
historia y el país que hemos construido en común. Lo que se
propone es modificar el carácter centralista de ese Estado, el que ya cumplió
su ciclo, para dar paso a uno regionalizado y fuertemente enraizado en lo local
a través del instrumento municipal.
Incluso el
contexto internacional acude en ayuda de esta idea, ya que en el marco de la
globalización, la descentralización debe ser apreciada como un requisito para
el desarrollo, ya que lo que ocurre en el mundo demuestra que el equilibrio
territorial es parte de las
características de nuestra era, es decir, que la riqueza de los países depende
más de sus recursos humanos y educación que del capital o las riquezas
naturales. Incluso, el crecimiento de China es un ejemplo de entendimiento que
la descentralización ayuda mejor, ya que su mayor éxito económico lo ha tenido
en las zonas a las que le concedió más autonomía, no solo regiones, sino
incluso ciudades.
Si miramos a
Chile en su conjunto y no a grupos específicos, un Estado reformado,
descentralizado y equilibrado entre las regiones permite darle una visión y un
proyecto-país del cual se ha carecido
por demasiado tiempo, quizás desde los primeros años de la transición a la
democracia, en el ya lejano Chile de hace décadas.
Por cierto,
este proceso tiene un desafío y no es menor, el que consiste en como evitar que
en cada región, la ciudad más importante le haga a las más pequeñas lo mismo
que ha hecho Santiago con las regiones, en el sentido de concentración de
decisiones, y de recursos económicos y humanos.
Si somos
capaces de superar lo anterior, tendremos un país más balanceado y
desarrollado, ya que la verdadera redistribución del poder hacia lo local, es
bastante más lógica y natural para el tipo de país largo y diverso que es
Chile, además de permitir mejores soluciones para temas en que el Estado
centralizado parece no tener ni propuestas ni soluciones, tales como la energía
o el uso racional del agua.
Un Estado
que se concentra en elementos en el que es insustituible tales como seguridad,
justicia, defensa o relaciones internacionales es más fuerte cuando se descentraliza,
redistribuyendo las competencias administrativas y fiscales.
Por cierto,
propuestas de este tipo no son nuevas, y se han dado en el pasado, pero no han
logrado superar el nivel de lo meramente declarativo. La novedad es que el
cambio de Chile y de los chilenos permite que este tema se instale entre los
tomadores de decisiones, incluyendo las candidaturas presidenciales, y a
diferencia de etapas anteriores, hoy parece existir la presión suficiente como
para que se generen las condiciones en que exista la voluntad política para
hacer por vez primera una reforma real y profunda.
Es decir,
hablamos de políticas públicas que traspasen responsabilidades, recursos y
autoridad a entes subnacionales en lo
político, administrativo y fiscal, lo que va mucho más allá de lo meramente
funcional que caracteriza a Chile, partiendo esta nueva situación por la
adecuada distribución de los recursos impositivos. Y cuando hablamos de
autoridad se entiende en su doble acepción de lo que los romanos llamaban “autoritas” y “potestas”, es decir, el título
o derecho de quien toma la decisión y la capacidad de que se le respete, toda
vez, que incluso en comparación a los éxitos y fracasos (estos últimos también
han abundado y se puede aprender de ellos) que se han dado en nuestra región,
lo que realmente distingue a Chile es que nuestro país ha carecido de reformas
que le concedan poder y recursos a sus regiones.
Lo anterior
no solo se da en la política, sino también a nivel de grandes empresas, tanto
públicas como privadas, las que han sido particularmente lentas en adaptarse a
una nueva situación, en la que no basta con la inversión, sino que quienes
viven en un lugar determinado, esperan ser consultados, y que también se tengan
en cuenta su dignidad, tal como se ha visto en publicitados casos de rechazos
locales a ciertas empresas, que dejan poco, aún en empleo y patentes, y traen
consigo muchas externalidades negativas que afectan el modo de vida de las
comunidades y el medio ambiente.
Más aún,
existiendo los recursos humanos como para descentralizar adecuadamente a Chile,
hasta los medios de comunicación de masas han sido incapaces de entender y dar
cuenta de este tipo de procesos que han llegado para quedarse en el Chile de
hoy.
Pareciera
ser que son los Tribunales y la
Controlaría quienes han sintonizado
mejor con este nuevo contexto, en comparación a la política y la empresa.
IV
Por cierto,
una reforma de este tipo requiere como base una Ética de Principios que no
abunda ni en lo público ni lo privado, la que es imprescindible, toda vez que una democracia para ser tal
necesita de un consenso básico que se
ha ido perdiendo a nivel de elites.
Aún peor,
tanto en el sistema político como en el económico abundan la autocomplacencia y
el conformismo, lo que ha tenido como contrapartida un malestar que se expresa
con violencia en las calles, lo que no coincide con la estabilidad basal y el
crecimiento económico del que ha gozado Chile.
De ahí la
necesidad de un nuevo pacto para responder al Chile de hoy y a las aspiraciones
de progreso, inclusión y disfrute más igualitario de los beneficios que está en
la raíz de lo que se demanda, y en ningún caso, la modificación radical de lo
que se ha logrado, por lo que existen las condiciones como para reformar al
Estado en forma pacífica. No hacerlo a tiempo, daría paso a experiencias
populistas de las que hemos carecido, pero de las que no estamos inmunes.
Para entender
el cambio propuesto,, además de la ética, una Democracia de Calidad y visión
estratégica, necesitamos reemplazar al clasismo tradicional por una
meritocracia que le de el lugar que merecen quienes -a modo de ejemplo- han llegado a la educación superior por vez
primera en su familia.
Este
horizonte de país sintoniza de mejor
forma con un Chile en el que hoy sus ciudadanos demandan derechos y dignidad, que se pueden dar de mejor forma a través de
la reforma de un Estado que ya cumplió y de buena forma su ciclo histórico,
pero que hoy dificulta el avance hacia el desarrollo.
A modo de
conclusión:
1).-El
Estado regionalizado necesitaría al
menos de lo siguiente:
a) mayor
democracia a través de plebiscitos frecuentes que acompañen a toda elección
regional, o que sean especialmente convocados, si se reúne un número importante
de firmas, además de la elección directa de consejeros o representantes regionales;
b) traspaso
de más recursos a las regiones, de tal forma que en la sumatoria, regiones y gobiernos
locales cuenten con tantos o más recursos que el gobierno central, tal como
ocurre, en la mayoría de los países más prósperos y desarrollados;
c) que a
nivel regional se decidan temas como educación, salud, vivienda, planes de
empleo, y en general, todos aquellos donde quienes viven en una región pueden apreciar si algo funciona o lo hace
mal;
d) Asambleas
Regionales con rango constitucional y poder en temas de educación, salud,
vivienda y similares;
e)
regionalización de los partidos políticos, de instituciones estatales y de
órganos gubernamentales;
f) traslado
a regiones de las matrices de empresas públicas como Codelco, Enap o Enami;
g) revisión
del número de regiones para que se transformen en órganos viables, incluyendo
la subdivisión de la actual Región Metropolitana, ya que nada indica que el
número actual sea el ideal, y no se necesiten más o menos;
h) cambio en
la estructura impositiva para reflejar la institucionalidad regionalizada.
i)
protección de las ciudades y pueblos más pequeños para tener un país más
balanceado, impidiendo que en cada región una ciudad crezca en forma
desmesurada repitiendo (como por lo demás ya está ocurriendo) lo que pasó con
Santiago, para quien el proceso de regionalización es una verdadera salvación
de su crecimiento no viable en temas como congestión y contaminación.
2) El
proceso de reforma de las municipalidades necesita de:
a) una nueva municipalización que
las transforme en lo que hoy no son, es
decir, verdaderos gobiernos locales y no meras administraciones;
b) revisión de su número, para dejar una
cantidad de municipalidades, mayor o menor, pero viables;
c) incremento de los recursos para los
gobiernos locales;
d) reforma municipal tan profunda como
la que tuvo lugar en la justicia, ya que el sistema no admite más parches;
e) se incentivará la más amplia
participación a través de plebiscitos locales que pueden coincidir con las
elecciones municipales o en forma
especial, cuando se cuente con un número adecuado de firmas para ser
representativo de una aspiración compartida y no de pequeños grupos de presión.
La temática debe ser variada y a los ciudadanos se les debe dar la posibilidad
de definir criterios presupuestarios
locales;
f) los concejales tendrán un rol más
digno, reservándoles la ley la representación de sectores de la comuna o
hacerse cargo de temas específicos (salud, cultura, etc) , tal como ocurre en
otros países, para crear un efectivo balance con las atribuciones de los alcaldes,
que tiende a reproducir a nivel comunal el poder presidencial en relación al
Congreso;
g) Las desigualdades y
desfinanciamientos que ha generado la municipalización de la salud y de la
educación, será equilibrada por la regionalización de las decisiones. En otras
palabras, la idea no es recentralizar sino combatir las desigualdades a través
de un sistema más adecuado que el regreso al pasado.
El sistema
actual perpetua las diferencias a través de municipios “ricos” y “pobres” y
“urbanos” y rurales”, pero devolver todo a Santiago, es acrecentar el problema
y no resolverlo, lo que sí se puede hacer combinando lo local con lo regional.
En otras palabras, el rol del gobierno central es que exista educación pública
gratuita y de calidad en todo el país, pero el instrumento debe ser la
descentralización, ya que cada región debiera ser el lugar donde se resuelvan las
ineficiencias e injusticias creadas, ya que el control regional de los recursos
en alianza con los municipios, puede permitir entregar de mejor forma educación
de similar calidad a todas las
localidades, en condiciones de igualdad de recursos, considerando la ecuación
número de habitantes y territorio.
Esta sería
la mejor forma en que las desigualdades y desfinanciamientos que generó la
antigua municipalización de la salud y de la educación, sea equilibrada por la
regionalización de las decisiones.
Como
corolario, agreguemos que toda reforma
de esta magnitud requiere de gobiernos y líderes, con historiales de
consecuencia y honestidad, además de funcionarios públicos con prestigio, bien
preparado, y algo que no debe olvidarse: dignamente remunerados. Por último,
estos cambios no pueden ser consecuencia de una imposición autoritaria, sino la
expresión de un Estado reformado,
despojado de su centralismo sofocante, y por lo tanto, más limitado y
controlable, y por lo mismo más fuerte y más representativo del Chile del siglo
XXI.
No hay comentarios:
Publicar un comentario